Soldados zombies en la WW2

La guerra estaba llegando a su fin. El ejército del Tercer Reich podía alargar la mano y rozar la derrota con la yema de los dedos pero aún confiaba en las Wunderwaffe, las “armas fantásticas” que inclinarían la balanza de la victoria a su favor. El propio Hitler confiaba en la superioridad aérea de los nuevos aviones a reacción de la Luftwaffe pero sobretodo en la resistencia de sus soldados, los peones que como él habían sufrido y sangrado en las trincheras y que él quería que dieran su vida por su patria antes que rendirse. Hitler no quería hombres corrientes llevando el emblema de Alemania en el pecho sino supersoldados, dioses que con su resistencia y valentía no cedieran ante los aliados ni un palmo de tierra germanizada. Seres que no comieran, que no se quejaran, que obedecieran ciegamente a sus comandantes y fueran máquinas de matar; implacables robots de fuerza sobrehumana. Zombies nazis.

Creando el soldado perfecto

Alemania, 1938. A los estimulantes legales que estaban a la venta como el alcohol o el chocolate con cafeína Scho-Ka-Kola (Schokolade-Kaffee-Kolanuss) se les unió un poderoso estimulante llamado Pervitin. Creado y distribuido en Alemania por la compañía Temmler a partir de un compuesto sintetizado en Japón en 1919, su ingrediente principal eran 3 mg de metanfetamina, la actual “meta”, “tiza” o “cristal”. Hasta 1941 se podía comprar sin receta en cualquier farmacia del Reich y los que la tomaban se sentían más confiados en sí mismos, eufóricos y valientes. Su concentración aumentaba, dejaban de tener hambre y sed, se reducía su tolerancia al dolor y parecían no querer descansar nunca. La droga perfecta para un ejército que planeaba dominar Europa.

Un memorándum del ejército alemán aseguraba que la nueva droga era “un estimulante altamente diferenciado y poderoso, una herramienta que le permite, en cualquier momento, ayudar activa y efectivamente a ciertos individuos en su área de influencia a alcanzar un rendimiento por encima de lo normal”. Las instrucciones que acompañaban los tubos de Pervitin e Isophan, una variante de la compañía Knoll, recomendaban una ingesta de uno o dos comprimidos que podían eliminar la necesidad de dormir entre tres y ocho horas. Dosis mayores podían llevar al consumidor a permanecer despierto 24 horas seguidas pero tras ellas, como río que va al mar, el “pervitinado” podía desmayarse y dormir hasta 20 horas sin despertarse. El Pervitin se convirtió en un complemento tan popular que la Luftwaffe lo llamaba “píldoras de Goering” o chocolatinas voladoras (Fliegerschokolade) y las fuerzas blindadas chocolatinas Panzer (Panzerschokolade).

Sin embargo para desgracia de los jerarcas nazis el Pervitin era muy adictivo y sus consumidores habituales cada vez necesitaban más dosis para conseguir el mismo efecto. Además durante los períodos de abstinencia padecían depresión, falta de interés, irritabilidad, hipersomnia, fatiga y ansiedad. A medio plazo su consumo provocaba problemas dentales y circulatorios, pérdida de peso y episodios agudos de psicosis, cambios bruscos de humor, alucinaciones, violencia irracional y paranoia. Pero Hitler sólo quería resultados y durante la guerra se enviaron 200 millones de comprimidos a las fuerzas armadas que crearon un ejército de drogadictos uniformados. No fueron los únicos. Americanos, británicos y japoneses administraban a sus pilotos metanfetamina para superar la fatiga durante sus largas misiones.

En Japón la “meta” estaba a la venta bajo el nombre comercial de Philopon pero en su forma líquida e inyectable. Ésta palabra griega significaba “amor por el trabajo” (Philos, amor fraterno; Ponos, trabajo). Las fuerzas armadas japonesas y en especial los míticos tokkōtai, conocidos en Occidente como kamikazes, eran suministradas con miles de ampollas de Philopon para aumentar la moral de los soldados que iban a luchar en el campo de batalla. Para muchos de ellos morir por el Emperador, por su país y por su familia y convertirse en eirei, espíritus heroicos, era un auténtico honor y el Philopon les ayudaba a atravesar sin miedo las puertas de la eternidad.

D-IX: La droga zombie

El 16 de Marzo de 1944 el Almirante Hellmuth Heye, uno de los máximos responsables de la K.d.K., Kleinkampfverbände der Kriegsmarine (Unidades de Combate Pequeñas de la Marina de Guerra) mantuvo una reunión en Kiel con diversos comandantes a los que expresó su deseo de que se creara una droga mucho más potente que el Pervitin y que pudiera “mantener a los soldados listos para la batalla cuando se les pida continuar luchando más allá de un período considerado normal” y que al mismo tiempo aumentase su autoestima. Heye tenía a su cargo proyectos que podían dificultar las operaciones marinas aliadas tales como minisubmarinos de una y dos personas, lanchas explosivas, torpedos humanos y comandos submarinos. Algunas de sus misiones podían ser calificadas de “suicidas”, con pilotos encerrados varios días en cabinas claustrofóbicas que en cualquier momento podían convertirse en pequeños ataúdes de metal. Los nazis no solo querían que los integrantes de sus fuerzas armadas fueran supersoldados que no descansaran y no tuvieran miedo sino que obedecieran las órdenes ciegamente, fueran las que fueran.

Uno de los comandantes presentes en Kiel era Otto Skorzeny, responsable de operaciones especiales del Reich quien desde hacía tiempo buscaba una nueva droga para sus propios hombres. Skorzeny trasladó las impresiones de Heye a Berlín y fue su interés quien hizo posible la creación en Kiel de un equipo de científicos dirigido por el farmacólogo Gerhard Orzechowski. El resultado de sus investigaciones y juegos de química fue la sustancia D-IX. Contenía 5 mg de cocaína, 3 mg de metanfetamina (Pervitin) y 5 mg de Oxicodona (Eukodal), un derivado de la tebaína. La Kriegsmarine probó la nueva droga en varios pilotos de minisubmarinos y en algunos torpedos humanos clase Neger y el éxito fue arrollador. Pero antes de que la superdroga fuera repartida como golosinas entre sus fuerzas armadas los científicos nazis tenían que comprobar cuánto podía resistir un soldado alemán colocado con D-IX.

Cobayas humanas del Tercer Reich

Prisioneros del campo de concentración de Sachsenhausen, al Norte de Berlín, fueron drogados con D-IX y obligados a caminar en círculos 24 horas al día llevando sacos que pesaban más de 20 kg. Se demostró que éstos prisioneros podían recorrer una distancia de 90 kilómetros, haciendo dos o tres cortas paradas al día, antes de caer rendidos. “La considerable reducción de la necesidad de sueño es impresionante” rezaba un documento oficial. “Ésta droga desactiva la capacidad de acción y la voluntad del Hombre”.

No fueron los únicos prisioneros drogados. Tras el atentado contra Hitler el 20 de Julio de 1944 Himmler exigió la creación de una droga que hiciera que los sospechosos de traición confesaran todos sus crímenes y conjuras. “Necesito al precio que sea la droga capaz de desenmascarar a los traidores” repetía Himmler una y otra vez. El Coronel médico Plottner, un gran estudioso de la vida vegetal, llegó a Dachau con plantas de peyote con la intención de probar qué efectos tendría en los prisioneros el efecto de mezclar mescalina con coñac. Los voluntarios que se ofrecieron para el experimento tras tomar su cóctel hablaban sin parar sobre anécdotas del campo o sobre sus fantasías sexuales pero no revelaban nada más profundo. Informes nazis descubrían que era “imposible imponer la voluntad de uno en otra persona como la hipnosis, incluso con la dosis más alta de mescalina”. Plottner desapareció con sus plantas y las SS continuaron ladrando al viento.

Los científicos nazis también investigaron el campo de los anestésicos. En el campo de Auschwitz a 20 prisioneras con problemas de insomnio, provocado tal vez por las duras condiciones del campo, se les administró un polvo blanco desconocido. A las pocas horas la mitad de ellas habían fallecido. El experimento se repitió con mujeres de más edad pero el resultado fue el mismo: 70 seres humanos asesinados en nombre de la ciencia y el progreso.

El fin de la guerra provocó que la superdroga D-IX nunca fuera distribuida y puede que librara al mundo actual de un compuesto que hoy en día sería tan poderoso y lucrativo como la metanfetamina o la cocaína. Quién sabe si los guionistas de la serie “Breaking Bad” no hubieran acabado escribiendo que Walther White cocinaba D-IX azul.

Para saber más:

  • KARCH, Steven B.; “Drug abuse handbook”, CRC Press, 2007.
  • MOORE, Elaine A. “The amphetamine debate”, McFarland, 2010.
  • PIEPER, Werner; “Nazis on Speed: Drogen im 3. Reich”, Pieper & The Grüne Kraft, 2002, vol. I y II.
  • PROCTOR, Robert; “The nazi war on cancer”, Princeton University Press, 2000
  • RAINER, Hans; “Los horrores nazis”, Barcelona, ediciones Rodegar, 1971.
  • REINER, Silvain; “La ciencia del exterminio”, Barcelona, Aymá sociedad anónima editora, 1976.

Artículo escrito por Victor Baldoví para el nº4 de la revista «WW2GP Magazine«.

Fotografía: Elias Gayles (Wikipedia)

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About Victor Baldovi

Victor Baldovi es guionista y escritor especializado en la Segunda Guerra Mundial. Ha escrito cinco libros (dos de ficción) y desde el año 2005 es redactor de artículos sobre la WW2.

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