Sarajevo, 1941

La calle estaba llena de personas que no dudarían en denunciar a los que trasgredieran las normas establecidas por los conquistadores alemanes o por sus creencias racistas pero a dos mujeres les daba igual. Eran mucho más que amigas, eran hermanas. El fotógrafo levantó la cámara y las inmortalizó mientras, unidas en un acto que iba más allá de las convenciones establecidas, sonreían no solo a la cámara sino a la eternidad.

En la fotografía una mujer coge del brazo a una mujer musulmana mientras camina por la calle.

Tras la fotografía aún hay más.

Positivando la Historia

Abril de 1941. Columnas de humo negro se elevaban de la bombardeada ciudad de Sarajevo. Josef Kavilio, su mujer Rivka Kalb y sus dos hijos había huido a las montañas para huir de la destrucción. Cuando la tormenta de bombas y muerte hubo amainado y los vencedores alemanes controlaban las calles, regresaron a la ciudad pero su casa y la de cientos de familias había sido destruida. Pensar en reconstruirla era difícil pues la familia Kavilio era judía, indeseables según el nuevo régimen que acababa de invadir su país. No tenían adonde ir, no sabían hacia dónde escapar y decidieron pasar la noche en una fábrica de su propiedad. De camino a la fábrica los ojos de Josef recorrían los rostros de las personas con las que se encontraban y se toparon con unos ojos conocidos: los ojos bondadosos de su amigo Mustafa Hardaga, un musulmán dueño de los terrenos donde se encontraba su fábrica. Mustafa conocía la doble tragedia a la que se enfrentaba su amigo y le ofreció a él y a su familia la posibilidad de esconderse en su casa.

La familia Kavilio llegó a la casa de Mustafa, donde residía con su hermano Izet y las mujeres de ambos, Zejneba y Bachriya. Todos ellos eran musulmanes practicantes, lo que obligaba a las mujeres a llevar velo en presencia de hombres extraños pero Mustafa e Izet les dijeron: «Josef, tú eres nuestro hermano, Rivka, nuestra hermana y tus hijos son como nuestros hijos (…) Nuestro hogar es vuestro hogar; sentíos como en casa. Nuestras mujeres no esconderán su rostro en vuestra presencia porque para nosotros sois como miembros de nuestra familia. Ahora que vuestra vida está en peligro, no os dejaremos».

La familia Kavilio estaba en casa de los Hardaga cuando la gran sinagoga Il Kal Grande, cerca de su casa, fue destruida por simpatizantes afines a la Ustacha, una organización terrorista aliada del nazismo. Tropas alemanas llegaron a visitar la casa de los Hardaga para comprobar la identidad de sus ocupantes pero sus invitados judíos estaban ocultos en el aseo.

Rivka y sus hijos lograron huir a Mostar, controlada por las fuerzas italianas y relativamente segura para los judíos pero Josef fue hecho prisionero por la Ustacha. Gracias a una fuerte nevada que impedía los traslados se salvó de acabar en el temible campo de concentración de Jasenovac pero Josef y otros prisioneros, encadenados, debían limpiar de nieve las carreteras. Pero la fortuna parecía acompañarle y un día descubrió en una esquina a una figura con el rostro oculto. Era Zejneba, la mujer de su amigo Mustafa. Durante un mes Zejneba y su hermanastra Bachriya se jugaron la vida para proporcionarles comida a él y a varios prisioneros, primero en Sarajevo y luego enviando parcelas de comida a la ciudad de Pale cuando Josef fue trasladado tras un intento de fuga. Cuando un capitán llamado Reichman favoreció la huida de varios prisioneros, Josef regresó a Sarajevo y los Hardaga le acogieron con los brazos abiertos.

Las calles de Sarajevo estaban llenas de carteles que prohibían ayudar a comunistas y judíos bajo pena de muerte. Cada día que pasaba era un día más de vida para Josef pero también un día más de intranquilidad para sus benefactores musulmanes. Josef no quería que sufrieran por su culpa por lo que Josef dejó el hogar de los Hardaga y partió hacia Mostar para reunirse con su familia.

En septiembre de 1943 la sombra de la esvástica cubrió el Este del país, obligando a los Kavilio a huir de nuevo a las montañas donde su buena fortuna les acompañó hasta el final de la guerra.

En la fotografía, de derecha a izquierda, Zejneba Hardaga, Rivka Kalb, sus hijos y Bachriya Hardasa, hermanastra de Zejneba. Sin su ayuda, la familia Kavilio jamás habría sobrevivido a la guerra.

El 85% de los judíos de Sarajevo murieron durante el Holocausto. De 10.500 judíos, solo 800 regresaron a casa. En el resto del país las cifras fueron igualmente dramáticas. Solo 2.000 judíos de los 14.000 que poblaban Bosnia-Herzegovina sobrevivieron al Holocausto.

Fuentes: Yad Vashem, Serbianna

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About Victor Baldovi

Victor Baldovi es guionista y escritor especializado en la Segunda Guerra Mundial. Ha escrito cinco libros (dos de ficción) y desde el año 2005 es redactor de artículos sobre la WW2.
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