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Hace setenta años que se inició la Segunda Guerra Mundial. Una “guerra total”, tal y como la calificó Pio XII en 1941. Nadie permaneció impasible ante ella, ni siquiera los que se declaraban neutrales o ajenos al conflicto. Durante casi seis años nacieron héroes y villanos; se escribieron historias épicas y terribles tragedias; se ganó una guerra en el campo de batalla pero se perdió otra en el corazón de los Hombres. Varsovia, Auschwitz, Dresden, Hiroshima… Nombres que demuestran que se ganó la guerra contra las tinieblas pero no contra los valores que la representaban.
La Humanidad ha ido evolucionando como civilización pero en el fondo nada ha cambiado desde 1939: Cientos de personas siguen viendo odio y muerte en guetos y campos de concentración solo por ser de otra raza; Sirenas nacionalistas incitan al odio y a la destrucción de todos aquellos que no piensan como ellos; La fuerza de las armas prima sobre la fuerza de la palabra y una pila de muertos destrozados o acribillados se amontona sobre un ajado discurso político de compromiso y responsabilidad; Tiranos que sólo buscan su propio beneficio en ésta vida martirizan impunemente a sus súbditos creyéndose adalides de la democracia; Bombardeos de civiles buscando aterrorizar y derrotar al enemigo priman sobre pequeñas acciones militares más difíciles pero más efectivas… Hace setenta años que empezó la Guerra contra las Sombras y aún estamos combatiendo.
La lucha más crucial e importante no se debe ganar en el campo de batalla sino en el fondo de nuestros corazones. Cada vez que apartamos la vista por miedo o comodidad, pensamos “no es cosa mía” o se actúa por motivos egoístas, soberbios o económicos gana el enemigo. Pero, ¿de verdad estamos en el bando que creemos estar o solo lo decimos para acallar nuestra conciencia?¿Cuántas muertes y desgracias se han provocado por pensar “yo soy mejor que tú”? Como en 1939 debemos volver a unirnos y dejar de luchar entre nosotros o seremos destruidos como pueblo. Todos somos guerreros y víctimas, es decisión nuestra si ser espectadores de la destrucción, creadores de sombras o artífices de la civilización.
